Dejadlos crecer juntos hasta la siega

Sb 12, 13.16-19; Sal 85, 5-6.9-10.15-16a; Rm 8, 26-27; Mt 13,24-43

Por segundo domingo consecutivo el Señor nos habla del sembrador, nos habla en parábolas para la gente de su tiempo, gente que conocía el campo y sabían de lo que hablaba Jesús. Hoy, seguramente, nos hablaría en las parábolas en términos de coches, de televisión, de tecnología, de internet. Pero eso, no hace que estas parábolas se queden para nada desactualizadas y solo tenemos que profundizar un poco en la parábola de hoy para ver que el mensaje de Jesús, mas allá de las palabras, es eterno.
La cizaña de la que nos habla la parábola de hoy es una planta que crece junto al cereal, que muchas veces, por aquellas tierras era sembrada como venganza, por envidia, hacia una persona. Esta planta es muy parecida al trigo y es muy difícil de distinguir hasta que el trigo no está totalmente formado.
El Señor hoy nos habla de lo que Él ha sembrado por el mundo, buena semilla, bondad, respeto, paz, amor. Y nos habla también de que la gente de este mundo se ha dedicado en sembrar junto a su semilla el odio, la envidia, las guerras. En el mundo hay ideas, mensajes, que han calado en la sociedad, que por nuestra tolerancia nos parecen normales, y a veces llegamos a verlos no malos. La violencia, el aborto, la venganza, la sexualidad mal vivida, eso que los medios de comunicación nos venden como propio, como del día a día, y que parece que están tan dentro, que son tan natural, que las asumimos como algo intrínseco a la propia vida.
Y al hombre se le ocurre una solución: ¿Quieres que vayamos a arrancarla?. Si la semilla de Dios es buena, de donde le viene al hombre la necesidad de tapar el mal con mal. Muchas veces queremos cortar, eliminar, utilizar la fuerza no la razón para imponer nuestros criterios. Pero el Señor nos dice, “NO HAGAIS ESO”. Tomaros tiempo, dejad que el bien crezca, que la sobreabundancia de obras buenas nos permita recoger la cosecha y entonces distinguiremos claramente lo que hay que arrojar al fuego.
No podemos caer en la tentación de dejar al hombre sin tiempo para el arrepentimiento. El libro de la Sabiduría en la primera lectura nos da la receta mágica, Dios obrando CON MISERICORDIA, nos ha enseñado que el justo debe ser humano, y así nos has dado la esperanza de que el pecado, el mal, deje hueco al arrepentimiento. Y la cizaña, el Señor la convierte en trigo, y en trigo del mejor. El Señor es rico en misericordia, es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad, y así debemos obrar nosotros.
Hay que tener respecto al tiempo, respeto a los procesos de los hombres, hay que dejar madurar al ser humano. Jesús no ha venido a destruir al hombre, ha venido a perfeccionarlo, ha venido a que la gracia sobreabunde y así reducir la cizaña a la mínima expresión.
Y como nos dice San Pablo en la carta a los Romanos: El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, para que sepamos pedir, pedir que donde allá odio seamos capaces de ser SEMBRADORES de PAZ.
Que como en María, sobreabunde la gracia en nosotros y sepamos llevarla un poco a los demás, un poco semilla buena en medio del mundo.